LA FAMILIA Y OTROS LÍOS

LA FAMILIA Y OTROS LÍOS

Es el título de uno de los libros de Marian Keyes (una de mis autoras favoritas), la cual ha dedicado mucho de sus títulos a una misma familia (los Walsh) por lo que es difícil no pensar que efectivamente en todas las familias “cuecen habas”, como se ha dicho siempre coloquialmente. Sin embargo, poco se habla del malestar que nos pueden provocar los conflictos familiares, porque incluso cuando consideramos que somos la parte afectada del mismo (o, al menos, la que lleva la razón) no por eso dejamos de sufrir cuando sentimos que nos distanciamos de una o más personas que forman el sistema familiar. A veces, ese distanciamiento viene marcado por silencios incómodos, personas que salen de la habitación cuando entramos nosotr@s (o somos nosotr@s quiénes nos vamos), que tod@s estemos sentados en el salón mirando la TV o leyendo, pero sin dirigirnos la palabra… o en un polo totalmente opuesto, que las discusiones sean tan frecuentes e intensas que sea muy difícil mantener la convivencia. Todo esto y más… podría decirse que es “la familia y otros líos”; porque no es fácil formar parte de un sistema familiar independientemente de cuál sea el rol que ocupemos en el mismo, puesto que todas las personas que forman parte de una familia tienen la misma importancia y derecho a tener su lugar de pertenencia en la misma.

Por otro lado, seguramente has oído hablar del tan temido concepto “familia desestructurada” y te habrás preguntado alguna vez si tú familia pertenece a este tipo de familias “no tan bien valoradas”. Pues bien, como en todo tipo de vínculos y relaciones, hay unidades familiares que tienen un mayor número de herramientas para una buena gestión de las emociones de cada un@, así como para manejar el conflicto de una forma lo suficientemente sana como para que las partes implicadas queden lo suficientemente satisfechas. Y habrá otras, que, por el contrario, tengan menos herramientas o habilidades para desarrollar un adecuado manejo del conflicto (sea el que sea) y/o para una adecuada gestión de las propias emociones.

¿Esto último nos convierte a mí y a mi familia en una familia desestructurada?

No tiene por qué. Es más, desde una perspectiva sistémica las familias se dividen en dos grandes tipos (en líneas generales): por un lado, las que se caracterizan por tener vínculos muy fuertes (pasan mucho tiempo juntos, hay mucha comunicación entre sus miembros, son la prioridad frente al mundo externo, apenas tienen secretos, etc.) y las que se caracterizan por tener vínculos más laxos o independientes (cada miembro puede llevar una vida más individualizada, con sus propios proyectos y rutinas, y la vida familiar propiamente dicha pasaría a un segundo plano). En un lenguaje más coloquial sería algo así como “yo soy muy familiar” (pertenecería al primer tipo) y “yo no soy muy familiar” (pertenecería al segundo tipo).

¿Es mejor una que otra?

No, cada tipo tiene sus ventajas e inconvenientes. Lo verdaderamente importante no es saber qué tipo de familia es mi familia de origen o nuclear, sino intentar descubrir el origen del/los conflictos que os estén generando malestar, y desarrollar/potenciar las herramientas necesarias para mejorar dichas situaciones problemáticas.

¿El árbol genealógico se puede podar?

Sí, pero considero que como ocurre en la pareja, debería ser la última opción que valorar y pensar otras alternativas previas como son la de acudir a terapia familiar.

¿Por qué considero que es la última opción?

Porque cuando una o varias personas deciden romper todo vínculo con el sistema familiar buscando paz o sosiego, es posible que a medio/largo plazo pueda alcanzar el mismo; pero ello no implica que no aparezca el dolor de la pérdida, y que por ello haya que afrontar un duelo por ruptura familiar (del cuál hablaré en otra entrada). Por lo tanto, se recomienda tener muy esclarecida la decisión, porque podemos hacer y hacernos mucho daño, y a veces, aunque queramos volver atrás y recuperar lo perdido, ya no es posible.

¿Qué ocurre si sólo una parte de la familia quiere ir a terapia y el resto no?

Pues como sucede con las relaciones de pareja, ante la negativa de una parte la otra no tiene porqué estar sufriendo en silencio o amoldarse a las decisiones de su pareja; pues en el sistema familiar ocurre lo mismo, que una parte no considere necesario acudir a una terapia familiar no inhibe el derecho y deseo de la otra parte a solicitar la misma, puesto que a lo largo de la intervención las personas que no se quisieron unir al principio pueden unirse a lo largo del proceso terapéutico. De igual modo, si solo una persona considera que toda la familia debería acudir a terapia, pero el resto de los miembros se niegan, la opción más idónea sería iniciar un proceso terapéutico individual en el que poder abordar el malestar que la situación familiar le está generando.

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